Ante una agresión nos tensamos, preparamos el cuerpo, lo endurecemos para proteger las zonas más sensibles.
Ante diversas tareas, realizadas en un mismo momento, dispersamos nuestra atención llegando incluso a olvidar parte de lo realizado.
Ante un hecho emocional importante, agudizamos los sentidos, para poder captar la mayor cantidad de información posible.
Ante un pensamiento de futuro, fantaseamos y buscamos posibles soluciones a hechos inventados aún no existentes.
El estrés dispone a todas las células del organismo para cumplir unas funciones determinadas en detrimento de otras.
Hechos o momentos estresantes de corta duración activan diferentes sistemas corporales para cooperar en la solución de una problemática concreta.
Si, una vez pasado ese momento, disponemos de un tiempo de descanso, ese equipo cooperativo deja de tener el protagonismo anterior, dando paso así a la atención en otras funciones corporales. Pasamos de agudizar la vista, el oído, acelerar la respiración y gastar energía a digerir, descansar, crecer, cicatrizar y generar energía.
Ocurre un movimiento con su vuelta a casa posterior. Se equilibra lo gastado con lo generado. Existen momentos de atención para todas las funciones. Todos los integrantes del grupo participan, son visibles, escuchados y tenidos en cuenta.
Cuando los momentos estresantes se encadenan uno detrás del otro, no se dispone del tiempo necesario para el equilibrio, la vuelta a casa, el descanso, la generación de nueva energía. Se mantiene una desigual atención en los diferentes sistemas corporales. Existen funciones preferentes y, por lo tanto, en continua actividad, mientras que otras funciones comienzan a quedarse en el olvido.
El organismo tiene tal potencia que puede permanecer en este estado de estrés mantenido durante largas temporadas sin avisar de su desgaste, sin generar sintomatología evidente.
Pasado un tiempo determinado comienzan a aparecer alteraciones funcionales de difícil asociación a un hecho o circunstancia concreta, pues es en el cúmulo, en la aglomeración, en la suma de eventos donde hemos de buscar la causa.
Así como el abordaje del origen resulta complejo, su solución, aunque costosa en actitud y dedicación, puede ser bastante simple: parar.
Para parar viene bien la valentía, la dedicación y la ayuda. Valentía porque en este mundo de agitación constante parar resulta un atrevimiento; dedicación porque una/o ha de entregarse a ello, y la ayuda porque suaviza y hace más amable el camino.
Si no paramos, las alteraciones funcionales van ganando terreno y poco a poco transmutan en alteraciones anatómicas y enfermedades. En esta etapa del estrés, las soluciones resultan algo más complejas puesto que hay en juego factores de muy diversa índole. Aún así, parar sigue siendo una herramienta muy útil.
Parar física y psíquicamente. Encontrar una postura agradable en la que podamos permanecer un tiempo determinado sería una vía de acceso sencilla para comenzar. A partir de aquí, podemos ir repitiendo esta acción cada día, como cualquier entrenamiento o aprendizaje, y de manera indirecta estamos informando a nuestra mente también a pausar.
Hay muchas y variadas herramientas para trabajar la gestión del estrés y siempre me ha parecido ésta la más sencilla a la vez que la más potente. Fácil, gratis y sin efectos secundarios adversos.